Mi amigo Manuel está realmente agotado. El mes de enero le ha pasado factura. El cierre del año, los impuestos, la pandemia, los ERTEs, el creciente miedo, los bancos que no sueltan dinero y las malditas rebajas, que ya duran seis meses para ver si se puede recuperar algo. No ve la forma de resistir. Delante de una taza de café decía: 

«Y ahora llega el jefe de finanzas y me dice que he de recortar más todavía los costes, que no puedo tensar más la cuerda. Ya he negociado con los pocos empleados que he recuperado y con los proveedores, he diezmado mi sueldo, he rebajado el alquiler del local, he cambiado de línea de datos, he implantado una política de ahorro energético, he despedido a la empresa de mantenimiento, peleamos hasta la última devolución de mercancía, …¿Recortar qué?

Lo peor es que tampoco lo he visto muy ágil. Cuando le he pedido que me diga dónde recorto, se ha encogido de hombros y, claro, he explotado. He descargado en él todo el enfado que arrastraba. Menuda le ha caído. Es que al menos podría traer alguna solución, que ya sé que no hay ni una buena, pero que piense un poco y se gane el sueldo. Tengo más de veinte empleados y todo lo tengo que pensar yo, hasta preocuparme de que tengan trabajo dentro de tres meses. ¡Maldito enero!»

La realidad es que Manuel se puede dar con un canto en los dientes. Como en la anterior crisis, parece que las empresas de mayor tamaño están resistiendo mejor que las pequeñas, pero no se sabe hasta cuándo podrán aguantar. Porque si se mira a medio plazo, estos millones que están llegando desde Europa, habrá que devolverlos algún día. Esta vez sin ayudas. 

Las dos únicas cosas que sabemos a través de las estadísticas es que el tamaño y la predisposición al cambio ayudan. Parece, pues, que no queda otra alternativa que aprovechar este momento para preparar el terreno e intentar crecer mediante el cambio. Pero, sin aumentar costes, que dicho así hasta da un poco de risa.

Quizá sea el momento de buscar ayuda en la tribu. Las tribus trascienden a la propia familia y al clan. A cambio protegen a sus miembros cuando las familias caen den desgracia. Una tribu favorece la división especializada del trabajo. La unión de todas estas habilidades allana el terreno para alcanzar nuevas metas, antes impensables para cada una de las familias. 

Las nuevas tribus podrían ser las asociaciones empresariales, las agrupaciones sectoriales o simplemente grupos de empresarios unidos por el mismo dolor. 

Estas asociaciones han venido ejerciendo su estrategia asociativa como conectores, facilitadores o de menú de servicios a cambo de una cuota. Sin embargo, su función está en entredicho por insuficiente. Es cierto que a lo largo de estos meses se están esforzando sobremanera con cursos, videoconferencias, ponencias, tramitación de ayudas y mil cosas más, pero sus asociados siguen desapareciendo entre concursos de acreedores y bajas de autónomos.

¡No, no es suficiente! Hay que hacer más. La tribu debe actuar, proporcionar el tamaño para la subsistencia y la flexibilidad para los cambios. La formación está bien, el networking también, pero es momento de ser más ambiciosos y replantear su estrategia asociativa, incluso superar los estatutos asociativos.


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